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¿Maternidades y paternidades idílicas? No, maternidades y paternidades reales. 

Cuando algo falla en el coche todos acudimos al mecánico.

Cuando sentimos molestias en la boca agendamos una cita con el dentista.

Si alguien sueña con ejercer la medicina sabe que ha de estudiar durante unos diez años.

Sin embargo, cuando decides dar el paso de convertirte en padre o madre, la información o formación es confusa, difusa y llegada de personas que, aunque tienen muy buena intención, cometieron su propios errores también en sus crianzas.

Así que generación tras generación jugamos al juego de ensayo error traspasando heridas y 

carencias

Se supone que todo tiene que salir bien pero ¿sabemos qué y cómo es necesario actuar para que eso suceda así?

 

¿Conocemos las necesidades de un niño a nivel físico? ¿Y emocional? ¿Conocemos sus 

periodos de desarrollo? ¿Tenemos habilidades para la comunicación y para la gestión de conflictos?

 

Durante mis trece años de maternidad he cometido muchos errores, así que, por ello decidí comenzar a formarme y compartir con otras familias esos errores y esos conocimientos adquiridos que van conformando mi historia, con la intención de poder evitar que otras familias tropiecen con la misma piedra o que, por lo menos, puedan ir avisados de antemano. 

Parece que todas las crianzas han de ser idílicas por el mero hecho de ser, pero ni los negocios ni nada en la vida es idílico sólo por desearlo, tampoco es cuestión de suerte, sino de voluntad y trabajo personal. No tienes buena relación con tu hijo porque has tenido suerte, tienes buena relación con tu hijo, tu pareja, tu familia o tus amigos porque lo has creado.

Y, ¿Cómo se hace eso? Para mí la base indudable es la conexión.

Pero nuevamente no puedes lograrla sólo con soñarlo. Desde la voluntad podemos tomar la decisión de hacerlo pero después aparecen muchos automáticos o actualización de emociones que aguardaban en la sombra esperando la oportunidad para emerger.

 

¿Cuáles son, en mi opinión y según mi formación y experiencia, los ingredientes necesarios para obtener una buena y sana relación de conexión con nuestros hijos y, por lo tanto, una crianza consciente y satisfactoria?

 

Las tres semillas que hemos de sembrar son:

Presencia. Estar presente y disponible para nuestros hijos se ha convertido en una idea quizás demasiado escuchada, pero la realidad es que nuestro tiempo es nuestro tesoro más preciado y coincide que solemos recordar aquellas personas que nos dedicaron tiempo durante alguna de las etapas de nuestra vida. Recordamos el tiempo compartido y la atención prestada. Es posible que olvidemos cómo o cuándo llegamos a un lugar, pero quedará grabada la conversación que tuvimos, la sensación de escucha, comprensión y cercanía que sentimos durante el tiempo compartido con otra persona. La disponibilidad para atender las peticiones de nuestros hijos es lo que les hace sentir importantes y valiosos para nosotras, no la cantidad de objetos materiales con que les intentemos compensar.

 

Comunicación. Sin estar presente la comunicación se dificulta y estando presente es posible que no la encontremos, pero también existe una comunicación silenciosa, basada en miradas, gestos, sonrisas, abrazos y actitudes. El ser humano es un ser social por naturaleza y la comunicación se ha convertido en la base de las relaciones. En esta sociedad actual nos encontramos con la necesidad de frenar, volver a lo esencial, al “tiempo muerto” y hacernos con herramientas de escucha para poder sentarnos junto a nuestros hijos y entregar ese tiempo detenido con todos nuestros sentidos. De ahí podrá surgir la plenitud y la confianza del que se siente escuchado, atendido, comprendido. En ocasiones, sólo es necesario un espacio para la escucha para poder sanar viejas heridas o malestares presentes. Por otro lado, si nuestra intención es crear una relación sana y una buena conexión con nuestros hijos, hemos de tener en cuenta que una buena comunicación es la base para toda buena relación.

 

Amor incondicional. Todo ser es merecedor de amor sólo por el hecho de existir y ser único. Todos somos especiales e irrepetibles, ¿no es sólo eso grandioso y digno de merecerlo todo? Nuestros hijos nacen fusionados a nosotras y aprenden a mirar el mundo a través de nuestros ojos. Durante la primera etapa, nuestra percepción pasa a ser la suya y el concepto que tengamos de ellos pasa a ser su autoconcepto. El amor incondicional no es sino aquello que merecen y les corresponde y que constituirá la base para su amor propio y su propia autoestima.

 

Sembrando estas semillas y cultivando los frutos, obtendremos esa crianza con la que soñamos, pero no será nunca tal y como habíamos diseñado, sino como el capricho de la vida nos haya ofrecido, ya que será necesario un profundo trabajo de reflexión y autorevisión para aventurarnos y salir de nuestra zona de confort para encontrarnos en el camino entre cada uno de nuestros hijos y nosotros mismos. Una senda en la que las luces y las sombras nos acompañarán. Como en todas las áreas de la vida, el trabajo personal será, sin duda, la herramienta que nos abrirá paso hasta lograrlo.