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Desde el momento en que nacemos la motivación se encuentra en nuestro interior, es ese motorcito imparable en cada uno de nosotros que desde la aparición del ser humano ha guiado nuestra evolución. Durante toda la historia de la humanidad el hombre ha necesitado cuestionarse aquello que veía ante sus ojos  y, generación tras generación, motivados por dar un paso más que aquello que las generaciones anteriores han dejado, hemos llegado hasta lo que somos hoy en día.

 

Cuando nace un bebé ya lleva esta semillita en su interior, se siente atraído por determinados sonidos y no puede evitar el buscar con su mirada, el fijarla en aquellos objetos que llaman su atención, el llevar las manos hacia aquellos rostros que primero se acercan a él… Después forzará todos los músculos posibles en su cara para intentar imitar los sonidos que escucha, retorcerá su cuerpo hasta lograr darse la vuelta sobre la cama y empujará y empujará con sus piernecitas hasta poder desplazarse sobre el suelo. Pero no se acaba ahí, no. La motivación por seguir desarrollándose, alcanzar nuevas metas, nuevos objetivos que le resultan atractivos no cesará hasta que lo consiga… Logrará llegar hasta el mueble de la tele y trabajará duro hasta conseguir ponerse en pié, necesitará varias semanas en cada uno de estos pasos, pero no le importará, la evolución, el aprendizaje, es una necesidad que llevamos dentro cada uno de nosotros, no es necesario fomentarla ni estimularla…

 

Todos podemos identificar estos pasos en el desarrollo de un ser humano, ¿verdad? Luego será lo mismo para comenzar a caminar, perseguir juguetes o mascotas y paralelamente realizará los mismos esfuerzos para lograr el habla. Además, practicará y practicará hasta perfeccionarlo y entrenará su cuerpo sin cesar hasta que sus movimientos alcancen su desarrollo completo.    

 

Hasta aquí el bebé no ha necesitado que nadie fomente nada para que él se desarrolle, no ha necesitado que le presionemos, ni que le pongamos un examen, ni un horario ni un profesor particular. 

 

Resultaría algo diferente si ese mismo bebé se hubiera criado en una sala blanca, vacía y sin interacción con otras personas. Así que podemos deducir que la motivación está en nuestro interior y no es necesario estimularla, que brota de manera natural cuando en el exterior observamos algo que llama nuestra atención. ¿Ofrecemos entornos lo suficientemente atractivos a nuestros hijos para que su motivación siga brotando?