google2fe1c6f792688070.html

Nuestras madres nos inculcaron el hábito de la limpieza, sobre todo a las féminas. 

En la escuela premiaban la buena presentación en los trabajos.

Y todo nuestro entorno valoraba en el ámbito físico la limpieza y el orden.

En todos estos casos fue principalmente a través de la exigencia, la imposición, la crítica, el juicio o el castigo. 

Al menos a mí, en ningún momento nadie me habló del significado y la importancia de aquella disciplina que tanta importancia y trascendencia tenía y tiene.

Hasta que no llegué a la juventud, nunca escuché aquello de “como es adentro es afuera” ni me contaron las repercusiones que el orden y la limpieza tienen en el mundo físico, emocional, energético y espiritual.

Sin embargo, poco a poco, a través de la formación y la búsqueda de conocimiento, descubrí que ese “como es adentro es afuera” podemos trabajarlo no a través de la imposición, sino del desarrollo personal. Que todo aquello que no tiene armonía, supone un efecto en nuestra vida. Que si queremos mejorar nuestra crianza es necesario poner conciencia en descubrir qué es aquello que provoca que las cosas sean como son y, por lo tanto, si hay algo que necesita ser cambiado, es porque una vez en el pasado lo adquirimos.

Por ello, cada cierto tiempo, aprovecho a hacer limpieza de objetos que ya no necesito y/o utilizo para que dejen espacio físico en mi vida que permita la entrada de nuevas “cosas” ya sean materiales o no, que vibren más en consonancia con mi yo de ahora. Además, amplío el ejercicio y, mientras me deshago de lo que no quiero, agradezco el haberlo tenido y simbolizo una limpieza de aquellas partes, conductas o sentimientos míos propios de los que también me quiero deshacer, para sustituirlos por unos nuevos que sí me permitan acercarme a aquella vida que ahora sé que quiero.

¡Hagamos limpieza y aligeremos la carga a nuestros hijos!

 

Ahora que te he compartido mi propuesta, me encantaría que también tú me contaras qué te parece.