google2fe1c6f792688070.html

Así es… las mamás, los papás, los abuelos, las tías y adultos en general también tenemos rabietas… y, de esas, no se suele hablar…

Cuando un adulto se descontrola, estalla y grita… incluso pega… parece que tiene sus motivos para hacerlo. Y, efectivamente, los tiene… tiene sus motivos, pero no tiene el derecho de hacerlo.

Hablamos por todas partes de gestión emocional, de educación emocional para los niños, de mindfullnes y no nos damos cuenta del modelo que les estamos dando. Un modelo, en muchos casos, de adultos estresados, corriendo y presionando porque ellos/nosotros vamos sometidos a esa presión externa por la que nos dejamos arrastrar sin la capacidad de pararnos, identificar, poner palabras y gestionar nuestras propias vidas, nuestros tiempos, nuestros pensamientos y, por ende, nuestro estrés.

Yo también me he descontrolado algunas veces. Lo confieso y me horrorizo. Yo, que he detestado la violencia y la agresividad en todo el mundo y, particularmente en mi casa… yo, también me he descontrolado… Aunque he de decir, que he puesto remedio, me he responsabilizado y tomado acción para gestionarlo cada día, cada momento.

No podemos pretender que nuestros hijos gestionen las emociones si no les damos un espacio para ello. No podemos pretenderlo, si en el modelo que hemos recibido y que observamos a diario, no existe ese espacio. No, si las notas, los resultados, los horarios y el afuera siguen en el número uno de nuestras prioridades. Por eso, para que nuestros hijos puedan aprender a gestionar sus emociones y sus reacciones, es necesario que nosotros aprendamos a hacerlo con las nuestras, comenzando por identificar y poner palabras. Necesitamos reconocer y aceptar que, cuando un adulto se enfada e impone su fuerza (física o emocional) sobre el niño, está teniendo una rabieta… una rabieta en la que el adulto exige, impone, no escucha, grita y patalea, arranca las cosas de las manos y se va corriendo y, en definitiva, reacciona de una forma violenta e irreflexiva sobre un niño, que tiene menos fuerza, menos recursos y menos capacidad de valerse y regularse por sí mismo.

Así que os/nos invito a que identifiquemos nuestras emociones y nos encarguemos de ellas para que no tengan que convertirse en rabietas lanzadas hacia los demás y, menos, hacia los más vulnerables e indefensos, que son los niños. Seamos para ellos esa persona en la que deseamos que se conviertan.