Esta es una de mis fotos favoritas porque nunca me ha gustado mancharme y menos con barro. Sin embargo, me encanta observar cómo Álex disfruta hundiendo sus pies en barro o comiendo con las manos impregnadas de olor a pescado.
Al verle percibo seguridad, confianza, gozo, disfrute, identidad, autenticidad, libertad,… y todo ello está directamente relacionado con una buena autoestima.
Para mí una buena autoestima es la autovaloración y aceptación, el reconocimiento del valor que uno mismo lleva en su interior y el amor propio.
Nos han enseñado que educar es corregir, controlar constantemente el camino para llevar al cauce adecuado. Pero muchas veces me he preguntado cuál es ese realmente. A día de hoy aún no lo he encontrado y sólo podría decir que el adecuado es el que sientes en tu interior en cada momento.
No podemos pretender que un niño nos escuche y nos obedezca, se adapte a las peticiones de los adultos de su entorno y disfrute de una buena autoestima.
Durante mis años de maternidad he disfrutado observando cómo Marcos trepa a los árboles o cocina desde temprana edad, cómo Martina habla de emociones sin cesar y cómo Álex se funde de la misma manera con el mundo espiritual. Unas veces más fácil de acompañar y otras no tanto.
¿Por qué entonces tanto hablar de respetar y acompañar? Un niño obediente 100% está pendiente de lo que los demás esperan de él para ser amado, aceptado o valorado, por lo tanto, no puede estar conectado con la percepción de sí mismo, con sus necesidades, preferencias y deseos, sino con los del resto de personas a su alrededor. Al no tener en cuenta lo propio, no lo podrá valorar, no le dará importancia, lo dejará a un lado para seguir priorizando las expectativas o peticiones del afuera. Debido a que los niños son pura emoción es posible que durante la infancia se deje simplemente llevar por el impulso de mirar hacia las necesidades del otro para «obedecer», «portarse bien» o «ser bueno» pero probablemente al llegar a la adolescencia o la edad adulta sus pensamientos, de manera consciente o inconsciente, serán del tipo «Qué más da», «Lo mío no importa» , «Hay que…», «Tengo que…», «Debo…» y seguirá atendiendo las peticiones ajenas y esforzándose por conseguir el amor y la aceptación del otro dejando sus necesidades olvidadas y evidenciando su falta de autoestima.
El niño que insiste y persigue su objetivo es el que está escuchándose y teniéndose en cuenta, valorando su necesidad, es decir, cuidando de su autoestima. Y dependerá de las repetidas interacciones con los adultos, que esta autoestima se mantenga intacta o vaya viéndose dañada.
Todos los bebés lloran cuando tienen hambre, sueño o cualquier tipo de necesidad no resuelta. Si bien es cierto, las señales que utilizan para comunicarse con nosotros son previas al llanto pero, debido a la educación recibida, pocas personas las perciben y atienden, así que acabamos nombrando que los bebés se comunican con nosotros de esa manera. Desde el vientre materno disponemos de todas las condiciones necesarias para el bienestar, así que al nacer, nuestro cuerpo ha registrado que cualquier cosa que no sea eso no es lo óptimo.
Al poco tiempo de tener a mi primer hijo en brazos conecté con la sensación que tendría que suponer el tacto de la tela, el sonido directo del entorno (ni qué decir el de una moto o el claxon de un coche), la luz directa del sol, el viento, el hambre y otra serie de exposiciones nuevas para el bebé. Tengo que reconocer que mi cuerpo se estremecía al sentir lo agresivo que podía suponer todo eso para él. Así que mis sensores se pusieron alerta y pude ver sus señales antes de que necesitara llorar para comunicarse conmigo.
Cuando un bebé llora, le pasa lo mismo que a ti y a mí, no es que quiera tomarte el pelo, no es que se comunique así, es que ¡ya no sabe cómo decirte las cosas y está desesperado! Cuando alguien no atiende tu llanto, tus peticiones y demandas, sientes que no le importas, ¿verdad? pues a él le pasa lo mismo. No atender las necesidades de alguien que depende de ti y que te lo está pidiendo llorando no es “educar”, es abandonar. Seguro que si estuvieras en cama, sin poder moverte, y la persona encargada de tus cuidados no atiende tus peticiones pero tampoco tus llantos ni tus gritos comentarías que “te tiene abandonada”.
De esta manera resulta muy sencillo comprender las dos ideas que quería compartir hoy:
- La autoestima la llevamos de serie
- No es necesario fomentarla, estimularla ni recuperarla
Entonces, ¿por qué tanta gente tiene puesto el foco en ello? ¿por qué tantos padres, madres y docentes en fomentarla? ¿por qué tantos coaches y terapeutas trabajando para recuperarla? ¿dónde ha quedado y en qué momento se perdió?
Probablemente las respuestas que recibamos estén relacionadas con la adolescencia. Parece que es el periodo maldito en que todo lo malo sucede, pero la realidad es que en la adolescencia suceden ciertos cambios fisiológicos que también llevan a cambios emocionales, pero no hay nada biológico en esa etapa relacionado con la pérdida de la autoestima. Sin embargo, muchos niños y niñas llegan a la adolescencia con problemas de autoestima.
Entonces, si ya llegan con problemas de autoestima es que tienen que venir de atrás, ¿no?
Pues sí, la realidad es que no hay ningún momento biológico que dañe nuestra autoestima. La realidad es que lo que la daña son las reacciones y los comentarios que los adultos emitimos constantemente hacia los niños desde los primeros años de vida.
Poco a poco, los niños y niñas van recibiendo mensajes del tipo:
- “¡No seas cabezota!, ¡Te he dicho que eso no se toca”
- “¡Qué cochino eres! ¡Te has hecho pis encima!”
- -”¡Qué marrana eres! ¡Mira cómo te has ensuciado comiendo!”
- “Tú no, que te caes!”
- “ Qué torpe eres!”
- “¡Eres un lento!, Una chismosa, un caprichoso, ¡Y tú que sabrás!”….
Frases como estas se oyen cada día cuando hay niños, incluso aprenden a decírselas unos a otros sembrando las semillas del bullying.
Y podemos pensar que los niños no nos escuchan o no nos prestan atención, pero me gustaría recordar que aprenden a hablar nuestra lengua sólo porque la escuchan y aceptan ciegamente las respuestas que les damos a la típica pregunta “¿Y eso qué es?” o “¿Cómo se llama eso?”
Personalmente he de reconocer que el nivel de escucha que tienen los niños es tremendo y aceptan todo aquello que les decimos sin juzgarlo, somos sus guías durante sus primeros años en este mundo, así que la naturaleza lo preparó muy bien.
Poco a poco estas palabras se graban en su interior y destruyen esa fuerza, esa confianza en uno mismo, en su valor y en sus capacidades.
La autoestima no se pierde en la adolescencia, es posible que incluso se gane.
Durante la adolescencia la necesidad de socializar, el impulso de crear y aportar novedad y la energía en general aumentan, así que es probable que, si el adolescente llega a esta etapa con autoestima y encuentra apoyo, respeto, valoración y un espacio en el que seguir desarrollándose, su autoestima sin duda se verá reforzada.
El problema surge cuando la energía de la adolescencia pretende brotar y:
- no encuentra un lugar por el que hacerlo
- todo aquello novedoso que desea aportar es juzgado, criticado o rechazado
- no se siente valorado debido a los mensajes que ha estado recibiendo desde la infancia
Es entonces cuando esa misma fuerza se canaliza en rebeldía porque necesita manifestarse de una manera u otra o bien su autoestima termina por verse dañada y decide “dejarse” para seguir a los demás. Es entonces cuando:
- mira al grupo de amigos y se mimetiza
- sigue en su papel de “obedecedor” (pero ahora obedece a otros)
- puede existir el riesgo de que tome decisiones no acordes con su ser esencial sólo por ser aceptado o valorado
- acepte cualquier tipo de trato abusivo o relación tóxica
porque siempre ha estado pendiente de recibir la mirada del otro en lugar de estar pendiente de sí mismo, de sus necesidades y deseos.
La buena noticia es que cada vez hay más información al respecto, cada vez se comparte más sobre este tema y estas reflexiones pueden llegar a más familias, transformando así nuestra manera de relacionarnos con la infancia.
En mi camino he aprendido y aprendo constantemente escuchando y observando a los niños y adolescentes. Ellos tienen mucho que aportar y todos nos merecemos ser valorados por aquello que sí somos, a todos nos gusta encontrar un espacio para aportar aquello que traemos para el mundo y, al sentirnos mejor, todos tenemos ganas de contribuir ofreciendo al mundo con nuestra mejor versión.
En el momento en que somos conscientes de algo tenemos la posibilidad de transformarlo. Así que te invito a compartir este post con las familias de tu entorno y con todo el mundo en general para que el mensaje se expanda y podamos transformar la manera de llevar nuestra relación con los niños, las niñas y los adolescentes.
Porque ellos son el futuro y nosotros tenemos en nuestras manos la llave que abre la puerta a una nueva sociedad, la sociedad que todos merecemos en la que los seres llenos de amor y respeto aportan lo mejor de sí mismos. ¿No te parece?
Me encantaría conocer cómo has recibido este post, si te ha aportado un nuevo enfoque, si ya conocías esta información o, por el contrario, no resuenas nada con ello y tienes otra forma de verlo. Para mí, compartiendo crecemos juntas.