google2fe1c6f792688070.html

¿Te suena esta frase? ¿La has oído alguna vez? Yo cientos, durante toda mi vida, incluso la he llegado a pensar… 

Los mensajes que escuchamos desde la infancia quedan grabados en nuestra mente y las tomamos por ciertas durante toda la vida, a menos que algo lo suficientemente importante nos haga cambiar de idea.

En contra de lo que hemos aprendido, un niño no se enfada por «cualquier cosa». Un niño SIEMPRE tiene una razón para enfadarse, es más, mi experiencia me ha llevado a darme cuenta de que tienen muchísima tolerancia y capacidad de gestión emocional. 

Cuando un niño se enfada es porque ya no puede más, porque no encuentra una vía de comunicación ni ningún camino para encontrar una solución. Realmente tiene una razón para sentirse mal y necesita ayuda. Además, una necesidad no pasa por el hecho de no ser atendida.

Debido a lo aprendido y a nuestra falta de capacidad para ayudarle, tendemos a decir «¡Déjale, ya se le pasará…!» Cuando dejamos solo a un niño ante una situación así y no atendemos su necesidad, independientemente de si podemos solucionarla o no, el mensaje que recibe el niño es «No me importas, no me importa cómo te sientes ni qué necesitas y no tengo intención de hacer nada por y para ayudarte ni para comprender qué es lo que te sucede».

Cuando el niño siente este mensaje sufre un dolor intenso, tan intenso como lo sentiríamos cualquiera de nosotros si nos pusiéramos en su lugar. Siente soledad, abandono, traición,… y, por lo tanto, aprende ese mismo comportamiento cuando otra persona vive esa situación.

Es probable que al encontrarnos ante un niño enfadado o con una «rabieta» sintamos esta necesidad de no atenderlo, revivimos el malestar de las «rabietas» que nosotros tuvimos que transitar en soledad. Es posible que nos cueste realmente parar nuestra emoción y conectarnos con la suya, porque muchas sensaciones surgirán en nuestro interior. 

Sin embargo, cambiando nuestra percepción del momento, interiorizando la idea de que SÍ existe una razón para el malestar de ese niño y que SÍ hay algo que podemos hacer para ayudarle, aunque sólo sea apoyarle y validarle emocionalmente, podemos transformar completa y positivamente esa experiencia. Cada situación es una oportunidad de crecimiento personal.