Esta es una reflexión que muchas veces me viene a la cabeza ¿Damos a nuestros hijos aquello que deseamos recibir de ellos? Sigo sintiendo una gran distancia entre la sociedad y los niños, adolescentes y jóvenes. Percibo la existencia de una brecha emocional que nos mantiene desconectados y nos imposibilita sentirnos unos a otros, llenándonos de juicios hacia el de enfrente.
Soy testigo de comentarios y exigencias de padres y madres hacia sus niños que se vuelven radicalmente contrarias cuando éstos llegan a la adolescencia, a la juventud o incluso a la edad adulta. Recuerdo siempre a esas madres quejándose de que sus hijos no paran de reclamarlas y demandar su atención que, más tarde, cuando estos hijos se han hecho adultos, les reprochan que ya no van a verlas ni las llaman por teléfono, que ya no están interesados en ellas… ¡¡Pues claro!! No es que no estén interesados, es que son tantas y tantas veces las que les hemos pedido que se aparten de nosotras, que ya lo han conseguido…
De la misma manera sucede con la flexibilidad. Pedimos a nuestros hijos que tengan en cuenta nuestras necesidades, que renuncien a un día en el parque porque a nosotros nos ha surgido algo y «hoy nos tenemos que ir a casa ya». Esperamos que esto lo reciban de manera comprensiva y flexible y lo puedan aceptar sin reaccionar con formas desagradables que tengamos que gestionar. Sin embargo, es posible que nosotros hayamos interiorizado el mensaje de que debemos de ser firmes en nuestra crianza y de que «si les das la mano, te toman el brazo», así que, una vez más, pedimos que ellos sean flexibles y tolerantes cuando nosotros les estamos dando un ejemplo bastante diferente…
Siento que sucede lo mismo cuando pedimos volver a casa del parque o salir al colegio: metemos prisa a nuestros hijos, esperamos e incluso nombramos «cuando diga que nos vamos, nos vamos y punto, sin rechistar…», ¿Cómo lo viviríamos si esas palabras salieran de nuestra boca? Probablemente les diríamos que son unos tiranos y que no vamos a tolerar esas exigencias, que no son formas de hablar ni de pedir las cosas e incluso podemos decidir hacer todo lo contrario «para que sepa quién manda aquí…»
De la misma manera, he presenciado actitudes incomprensibles como arrancar un objeto de la mano de un niño que lo había arrancado previamente a otro nombrando «No se quitan las cosas de las manos» o pegar un azote en el culo a un niño que ha pegado a otro mientras e recuerdan «¡No se pega!».
¿No piensas que son mensajes muy contradictorios? ¿Te ves identificada en alguna de estas situaciones? ¿Te habías dado cuenta antes?
Bajo mi punto de vista, es necesario tomar conciencia de estas actitudes para no pedir a los niños algo que no somos capaces de darles y mirar primero dentro de nosotros para realizar ese cambio que deseamos ver en el otro.