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La vida es siempre un camino indiscutible de aprendizaje y crecimiento personal. Como si de un juego se tratara, nos presenta diferentes niveles de dificultad que tenemos que ir superando con la adquisición de habilidades cada vez más avanzadas. Así pues, primero nos ofrece el encuentro con nosotros mismos y nuestro entorno físico, después descubrimos a la familia, más tarde a los amigos, otros iguales que no están tan dispuestos a complacernos como los primeros. El siguiente nivel nos presenta las relaciones afectivas y de pareja, para culminar con la maternidad o paternidad.

La crianza es un nivel tal que la naturaleza ha preparado cambios físicos y hormonales en nuestro cuerpo y nuestro cerebro, con el fin de que podamos adaptarnos y superarlo sin quedarnos en el intento. 

Como adultos, hemos aprendido y estamos acostumbrados a tener la razón cuando se trata de la relación con un niño. Por supuesto que nosotros tenemos más experiencia y conocimiento en determinadas cosas, pero olvidamos que no disponemos de su experiencia y de su conocimiento. En una misma situación con otro adulto nuestra tendencia es a exponer nuestras ideas y necesidades para encontrar el punto de acuerdo. Sin embargo, si ese otro adulto es cambiado por un niño, no reaccionamos de la misma forma y tendemos a imponernos. 

No es de extrañar que esta actitud genere malestar y resistencia en el niño, con lo cual se expresará tal cual. ¡¡Y aquí viene el regalo de la crianza!! Cada una de las situaciones con nuestros hijos nos está ofreciendo una oportunidad de aprendizaje, podemos aprovecharlo o dejarlo pasar. 

Cuando dejamos pasar esas invitaciones, hay muchas cosas que perdemos en el camino y no cumplimos con el propósito del juego, así que tarde o temprano, las mismas reglas de la partida, vuelven a ofrecernos una nueva prueba. 

Transformar nuestra forma de relacionarnos con cada uno de esos momentos es un viaje interno que se refleja externamente en muchos ámbitos de nuestra vida y te aseguro que merece la pena. 

¿Te animas?

 

 

 

 

Como adultos, hemos aprendido y estamos acostumbrados a tener la razón cuando se trata de la relación con un niño.