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Los estantes de las librerías están cada vez más llenos de libros que hablan sobre cómo recuperar la autoestima, cómo empoderarnos o cómo sanar heridas de la infancia. Tenemos bastante asumido que la autoestima es algo que se pierde de forma natural y no es así. Todos los niños nacemos con una autoestima impecable, de hecho, se suele nombrar que los niños son “egoístas”. ¿Cómo es entonces que de adultos necesitamos tanto esfuerzo y ayuda para recuperar algo que estaba tan fuertemente presente en nuestra personalidad? 

El motivo podemos encontrarlo diariamente a nuestro alrededor. Hace años que observo con molestia cómo solemos emitir juicios negativos sobre los niños cada vez que dos adultos se juntan. ¡Y, además, lo hacemos delante de sus narices! ¿Cómo nos parecería si fuera nuestra pareja o nuestra amiga quien lo hiciera con otro adulto? Creo que demasiadas veces nos sentimos en posesión de la verdad… Solemos comentar que nuestro hijo es demasiado lento y que tenemos que insistir e insistir para que se termine el desayuno, para que se ponga las zapatillas, para que venga cuando le llamamos… O bien todo lo contrario, que no para quieto, que lo tiene que preguntar y tocar todo, que nos despierta demasiado temprano o que no nos deja dormir la siesta… Es como si nunca fueran a alcanzar lo óptimo, lo válido para nosotros… 

Estoy segura de que esos niños, con esas mismas cualidades, se sienten dolidos al escuchar estos comentarios y eso va dañando poco a poco su autoestima hasta que desaparece. 

Puedo hablar desde la experiencia, porque mi hijo mayor, Marcos, es de los que no paran, el segundo, Álex, es de los que necesitan más tiempo para todo y la tercera, Martina, es una mezcla. Pero, cuando Marcos comenzó a mostrar su personalidad y su nivel de energía, tomé conciencia de esos comentarios que hacemos y no me gustó, así que no los quise para mi vida. En su lugar, decidí ver el lado positivo de todo ello y nombrarlo: “Qué rápido eres, esa energía es muy útil, cómo me ayudas…” o, por el contrario: “Cómo me gusta estar así de relajada contigo, qué observador eres….” De esta forma, la misma cualidad es observada y nombrada de una forma positiva y su autoestima no se ve dañada, sino que comenzamos a empoderarle y a darle seguridad en sí mismo desde el primer momento.

Te invito a que vayas tomando conciencia de tus comentarios para poder ir transformándolos poco a poco. Seguro que pronto podrás ver los efectos.