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Llega un momento en la vida del bebé en que los padres comenzamos a tener miedos:

miedo a que no aprenda a socializar

miedo a que no aprenda a comer

miedo a que no aprenda a hablar

miedo a que no aprenda a compartir

miedo a que no aprenda a defenderse

después 

miedo a que no aprenda los colores

miedo a que no aprenda a leer y escribir

miedo a que no sepa lo que tiene que saber para su edad

Y, para sentirnos más tranquilos y asegurarnos de que sí lo logra,  comenzamos a ponerle unas normas, unos horarios, unas clases y a decirle en cada ocasión qué y cómo tiene que hacer.

Mientras el niño está ocupado concentrado en adaptarse y cumplir con todo aquello que le pedimos, no está conectado con su verdadera necesidad, con aquello que le llama la atención porque ahora, al contrario que antes, no se está fijando en lo que le rodea para descubrir qué necesita, está poniendo su atención en aquello que le hemos pedido nosotros. 

Al realizar esta rutina cada día sin poder atender sincera y libremente sus ritmos de sueño, su impulso de juego, de exploración, de movimiento, de comunicación, sin poder seguir corriendo detrás de aquello que le llama la atención, y teniendo que adaptarse todo el rato aquello que le hemos dicho nosotros, pero que no despierta nada en su interior, sin poder tocar aquello que le llama, sin poder hacer todas las preguntas que le surgen porque molesta, porque no hay tiempo para ello…. su motivación se va apagando, su motorcito va bajando el ritmo porque su cerebro está recibiendo el mensaje de que no hay espacio para él.

En todo bebé existe una etapa de “por qués” que, alimentada adecuadamente, se transforma en una forma de vida, una vida llena de curiosidad como resulta ser desde el principio, si no la cortamos. 

Así que, si realmente quieres ver la llama de la motivación en tu hij@, no es necesario que lo hagas desde fuera, sino que busques qué es lo que provoca brillo en sus ojos y le vayas ofreciendo cada vez un poquito más de eso.